Micaela, era una adolescente de 12 años, vivía con su madre, Laura tenía una vida que no era fácil, ella siempre hacia lo posible para darle lo mejor a su hija, Laura trabajaba largas horas en la oficina, pero aún así buscaba otros trabajos para poder sustentar una buena calidad de vida a su hija Micaela.
Laura era una excelente cocinera, y preparaba sus platos favoritos, y siempre trataba de ofrecerle un hogar cálido y amoroso, pero Micaela nunca valoraba lo que su madre le daba.
En cambio, siempre estaba emocionada por regalos caros que de vez en cuando le traía su padre, ropa de marca, juguetes, Micaela se sentía más cercana a su padre, y disfrutaba de los regalos que este le hacia, mientras ignoraba el amor, dedicación de Laura.
Un día Micaela estaba jugando de repente escuchó un fuerte sonido en la puerta, era Laura su madre, que había regresado de trabajar y se encontraba agotada, Micaela apenas la miró, ella estaba ensimismada en su juego, Laura con una sonrisa cansada, le dijo: - Hija, ¿te gustaría ya cenar? he preparado tu comida favorita.
Pero Micaela, sin levantar la vista, respondió: -No, mamá, estoy ocupada, ahora no tengo hambre. Laura le mostro su cansancio y tristeza, pero algo en su corazón se rompió, ese día, un acontecimiento inesperado cambiaría todo.
Esa misma noche, una terrible tormenta azotó la ciudad, las calles se inundaron rápidamente y Laura, que había salido a comprar algo de última hora, quedó atrapada en medio de la tormenta, el río que normalmente era tranquilo, se había desbordado con tal fuerza que Laura no podía volver a su casa, su preocupación era grande porque había dejado sola a Micaela en casa, ella realizo la llamada para comunicarle a su hija que le era imposible volver, que cerrara la casa, y que no le abriera la puerta a nadie, que tomara la velas y fósforos que estaban en la gaveta de la cocina.
Micaela deseaba salir raudamente a buscar a su madre, pero una voz interior la detuvo.
- No salgas, es muy peligroso, la tormenta está muy fuerte.
Aún así Micaela estaba desesperada, ella escuchaba la voz, pero decidió salir a buscar a su madre, porque nunca se podría perdonar el dejar a su madre sola.
Micaela iba por la calle corriendo bajo la lluvia torrencial, sin importar el peligro, cuando llegó cerca del río, vio a su madre que había quedado atrapada en un banco de agua, y luchaba por mantenerse a flote, Micaela, sin pensarlo dos veces, saltó al agua arriesgando su vida por ayudar a su madre, fue muy feliz al alcanzar a su madre muy a pesar que la corriente era muy fuerte y las arrastraba, pero ahora ya estaban juntas como siempre, ya no importaba nada.
En ese momento Micaela vio el miedo en los ojos de su madre, recordó tantas las veces que ella la había cuidado, todas las noches de vela cuando ella enfermaba, las malas noches en el hospital cuando fue internada, fue ahí que la adolescente ruda, desatendida comprendió lo que realmente importaba en la vida; con mucho esfuerzo y determinación logró llevar a su madre a un lugar seco y seguro, una vez ambas puesto a salvo de la tormenta temblaban, pero ambas estaban juntas, abrazadas en un fuerte lazo de amor, respeto, admiración, ahora estaban ya a salvo de la tormenta.
Fue ahí donde Micaela hablo con lágrimas en los ojos.
- Lo siento mamá, dijo entre sollozos, ahora entiendo lo que realmente importa, te he fallado pero hoy te prometo que en adelante no seré mal agradecida con todo lo que tu me das.
Laura, esbozo una sonrisa débil, la abrazó fuerte, y le dio un beso en la frente, ambas se fundieron en un abrazo de amor que solo puede haber de madre a hijos.
Laura hablo - No tienes por que ofrecer disculpas hija, siempre estaré aquí, y cuando falté me sentirás en la brisa del aire.
A partir de ese día, Micaela cambió su actitud, dejo de importarle los regalos caros, valoro el amor de su madre, agradeció cada instante que vivía al lado de la mujer que hacia todo por amor a su hija, ahora Micaela sabía que hay regalos que se sienten y no se envuelven.