En mi ciudad natal Talara para los creyentes en Dios, empezamos nuestra Semana Santa el Miércoles de ceniza, esa fecha marca el inicio de 40 días de reflexión, penitencia, recojo, pero también de sabores, olores, colores, ¡si! el Miércoles de Ceniza donde vamos a misa para que nos coloquen la ceniza con la oración -Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida, recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás, arrepiéntete y cree en el Evangelio- está oración nos hace saber que un día al polvo volveremos.
Ese día en nuestras casas se da paso a la comida con pescado, porque hay que guardar ayuno, abstinencia de carne, mi mamita solía acudir al mercado a comprar sus cabrillas, meros, o pejes para hacer la boda; para lo cual usaba: maíz pelado sancochado, un aderezo hecho de ají amarillo, ajos, cebolla finamente picado (casi molido), sal, nuez moscada, comino, pan remojado, leche, queso, todo esto lo ponía a soasar, hasta que llegara a un punto como caramelo, una vez ello, lo molía en su batán, esto quedaba como una crema, lo llevaba a la olla donde había un caldo que había sido obtenido de las cabezas del pescado, lo ponía, agregaba el pan bien desmenuzado y movía para que no forme grumos, una vez que tomaba el punto, agregaba un poco de leche, la nuez moscada, y desmenuzaba un pedazo de queso de cabra, lo bajaba del fuego, y pasaba a poner la mesa, a servir ese rico potaje, en el plato colocaba a un lado el mote de maíz pelado, a su lado el pescado pasado por agua caliente, y sobre el esa salsa hecha entre el batan y el fuego, le espolvoreaba culantro finamente picado, y era hora de empezar a degustar.
Este plato marcaba el inicio de mi Semana Santa, luego vendría la comida de los 7 Viernes Santos, que es la Mala rabia, un plato a base de plátanos bien maduros, de esos que están por botar, queso de cabra, cebolla, pasas, aceitunas, su preparación era otro festín de perfumes, colores; mi mamita cortaba las cebollas en juliana finas, ponía a sancochar los plátanos maduros, una vez sancochados los sacaba de su cascará, los ponía en el ahogo de aderezo a base de cebolla, aceite con hachote, los migaba, y agregaba el queso de cabra desmenuzado, mi mamita le ponía pasas, y aceitunas; este plato lo servia con arroz blanco, menestra de pallares, y un pasado por agua caliente con su respectivo encebollado, y para asentar esta delicia nos daba chicha de maní que su perfume mezclado con la canela y el clavo de olor mmmmmmmmmm aun cierro los ojos y siento ese perfume como si fuera ayer.
Y como no recordar el día de Viernes Santos, para ello yo sabía porque el Jueves ya nos había llevado a misa a ver el lavatorio de pies, orar en el Monumento del Santísimo Sacramento del Altar, ahí ya mis papilas gustativas y mi olfato se alineaba, porque sabia que al día siguiente habría 7 potajes, entre sal y dulce, entre sólido y líquido, yo creo que mi mamita me enseño amar a Dios a través de la comida y bebida, porque ella me decía quien cocina con alegría y amor, no solo alimenta el cuerpo, sino que sana al alma, hoy paso el tiempo y en mi retina esta aún esa cocina de fierro sobre un muro de ladrillo y cemento, pintada de color plomo, con fuego todo el día, Semana Santa para mi es acompañar a Cristo en su dolor, es alimentar mi alma, limpiar mi conciencia, y tomar fortaleza para la siguiente año.
Llegaba la fiesta principal la Pascua de Resurrección, ir a misa a las 5.00 am para ver a Cristo Resucitado, luego venir a casa a tomar desayuno que era leche de cabra, con chocolate, una carne seca acompañada de yucas, plátanos verdes todo esto asado, encima iba acompañado de un encebollado. Ese día era dulce, mi mamita había trabajado desde la noche anterior haciendo natillas me daba a moler en el batán una cucharada de arroz lavado y bien seco, ese sería el que daría el espesor a la leche de cabra o vaca, puesta con canela, y chancaca una vez que hervía ello, mi mamita ponía el arroz bien molido casi hecho polvo, para que con un suave movimiento este tomara punto, el Domingo de Pascua mi mamita nos daba este dulce acompañado de una tajada de queso de cabra, y un vaso de leche, en ese entonces en mi ciudad natal no sabíamos que eran los huevos de pascua, eran los dulces de casa que con amor nos daban.
Una Feliz Pascua de Resurrección, ya otro día volveré para contarles algo que me olvide, el día de Judas, ay ese día si dolía todo, pero luego les contaré.
Ireth Isildr, 8/4/15; 0:40
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