25 jul 2022

LOS VELORIOS

 Los velorios han cambiado tanto, en sus formas, en Lima los familiares tienen las opciones de enterrar a sus familiares en un Campo Santo, o cremar y mantener sus cenizas en algún privilegiado lugar de su casa, pero al final de nuestros días todos los seres humanos pasaremos por el trance de dejar este cuerpo físico e ir a la eternidad, cosa que no veremos. Pero estoy muy segura, que algo quedará en la bocas de los familiares, amigos, vecinos y de las lenguas chismosas, y en lo oídos que gustan escuchar susurros, siempre habrá el epitafio "FUE UNA BUENA PERSONA", aunque el difunto en vida haya sido un ser humano de la peor calaña, solo en la muerte todos los seres humanos son igual.

Hoy les escribo sobre los velorios que vi en mi natal Talara allá en la calle 316 de Talara Alta, mi barrio como todo barrio tenia sus radios jetas, por quien todos nos enterábamos de la sal, ají, pimienta de cada evento que sucedía, y no menos podía ser la partida de un vecino, todo empezaba por la llamada del Señor Sacerdote para que fuera a dar los "Santos Oleos" al sujeto que ya el gran San Pedro le estaba tocando las campanillas, al sacerdote no le importaba la hora y menos la distancia, porque para ese tiempo Talara era como la palma de una mano; el sacerdote muy presto iba a casa del moribundo vestido con su sotana, llevaba su estola morada (color de misericordia y perdón), y en sus manos una cajita hermosa que muy a pesar de la oscuridad si tocaba ser de noche se veía brillar, el sacerdote iba siempre acompañado del sacristán el señor Peña - un señor bajito, de bigote bien prolijo, de cabellera rala, yo pensaba que él se lo rasuraba para parecer asemejarse al cura-, este acto se le llamaba "TRASLADO DEL VÍATICO".

Ante este episodio ya las radios jetas sabían que el fulano de tal, o el mengano, iban a levantar vuelo al más allá; los familiares del moribundo se apostaban el los corredores, los vecinos y los radio jeta se acercaban para según ellos dar fortaleza con sus palabras, que en realidad no era tan solo la excusa para dar paso luego a sus noticias que regarían por la ciudad, algunas verdaderas otras condimentadas, pero las historias se iban a dar. Una vez que salía el sacerdote de dar la "Unción de los Enfermos", todos ingresaban a esperar la última voluntad, porque eso si solo Dios sabe cuando nos llamara a su lado.

Si se agravaba el paciente ya era llamado el médico para que lo examinara y si había estirado la pata, certificara su defunción, ahí empezaba mi gusto, para mi era un deleite ver a los deudos vestidos desde la coronilla, hasta el taco del zapato de negro riguroso, las mujeres llevaban velos, vestidos, guantes, mantilla que tapaban sus rostros, medias largas, y zapatos negros, uno no veía ni un pedacito de piel, se colocaba en la puerta un lamparín (sino había luz eléctrica en la zona), o un foco encendido, una cruz negra en la puerta, esto era señal que ahí había un velorio.

Luego llegaban las "PLAÑIDERAS", mujeres igualmente vestidas de riguroso negro, y estas lloraban, gritaban desconsoladamente, que a uno le desgarraba el alma, te hacia estremecer hasta el más duro de tus músculos, el corazón te lo ponía chiquito, chiquito; lloraban incansablemente, horas de horas, como que si el difunto fuera su ser amado.

Empezaban a llegar las coronas fúnebres, todas en ese tiempo eran iguales, solo cambiaba los letreros si era de familia, vecinos, empresa que laboro el difunto, o de los compañeros de labores de los hijos; todo esto era celebrado en la casa del difunto, en la sala por lo general, en algunos casos lo vi en la cochera (talareños de más rango monetario, tan solo ello), los vecinos empezaban a llegar a dar el pésame, pero también llevaban para mi era una ofrenda al muerto, y una solidaridad a sus deudos, veía llegar aves, panes, café, azúcar, arroz, pisco (de ahí me viene a mi el gusto de tomar Pisco), y todo ello era usado para dar de comer y beber a los acompañantes, se velaba toda la noche, no se cerraban las puertas, porque el alma debía salir y volver para que no olvidara nada en esta tierra; mientras el alma hace su último recorrido por la tierra, los amigos y familiares empezaban a contar las anécdotas del difuntos, no se sentía tristeza, más que el llanto de las plañideras que eran acalladas por las carcajadas; en otro escenario,  en la cocina estaban en pleno soro toteó las ollas, había que brindar el calientito a los que se quedaban a velar canela, café molido, agua suficiente, era puesto a hervir, una vez hervido lo colaban y agregaban el pisco, y azúcar.

Por otro hornilla estaba las aves puestas para un rico y caliente aguadito, con sus frejol de palo, ajo, cebolla, choclo en trozos, yuca, zapallo, y su culantro bien picado, o molido en el batán (en ese tiempo no creo que existiera la licuadora, o al menos yo no vi ninguna), esto lo repartían en los platos de la familia o de los vecinos que muy presto corrían a socorrer con cierto menaje: ollas grandes que para mi eran como piscinas (nunca la había visto, pero hoy me vale esa comparación), cucharones, cucharas, tazas, platos, copas aguardienteras.

Cabe señalar que lo que escribo es sobre un difundo adulto, porque también había los velorios de los PARVOLITOS (niños de corta edad), en los cuales como debe ser el convite era distintos, acá se daba chocolate, y galletas de soda con cebiche de atún, una delicia; se daba pequeños gofios, o dulces que no se de donde los sacaban pero todos eran dulces de casa.

Recuerdo que en el puerto de San Pedro, cuando moría un pescador en alta mar, se velaban sus prendas a la orilla de la mar, y acá era su convite la rica boda, la chicha de jora curada (chicha de jora con pisco), si no se llegaba a recuperar el cuerpo, las prendas eran puestas en el cajón y llevado al campo santo.

Luego del entierro los acompañantes venían a la casa al último convite del difunto, se preparaba el potaje que a él le hubiese disfrutado tanto, luego la invitación a los rezos -eso lo dejo para otra narración-.

El Lima he vivido los velorios que para mi, son en suntuosas salas alquiladas, pero tan carentes de familiaridad, y amistad, al muerto lo dejan solo en una sala fría, en fin son tradiciones que cada lugar tiene y hay que aceptar; pero si me queda claro que el tiempo es inexorable y cambios vendrán y habrán, pero siempre debe perdurar las tradiciones si nosotros las perduramos en la familia.

Velorio en tiempos de Covid19 - Talara
Lima.