Esta noche te tengo
en mis brazos, Dios
mío,
y al estrechar tu
cuerpo pequeño y desvalido,
siento que la mirada de
amor con que te miro
no es de siervo a
Señor, sino de padre a hijo.
Dios mío,
Dios mío,
hoy eres hijo mío.
En el silencio
inmenso
de la noche, Dios
mío,
me pareces más débil y
hasta más pequeñito;
y en este desamparo te
descubro tan mío
que me quema tu sed y
me hiela tu frío.
Dios mío,
Dios mío.
Hoy eres hijo mío.
Al pensar en los años
que te esperan, Dios
mío,
con dos leños
cruzados al final del camino,
tengo miedo del
tiempo y quiero interrumpirlo,
con ansia de que seas
eternamente niño.
Dios mío, Dios mío,
hoy eres hijo mío.
Y te pido que nunca
me abandones, Dios
mío;
que renuncies a todo por
quedarte conmigo;
que te tenga en mis
brazos como ahora, dormido,
y que no te
despiertes hasta el fin de los siglos.
Dios mío, Dios mío,
hoy eres hijo mío.