Un conocido me
escribió hace algunos años una carta en la que me contaba ciertas experiencias
que había vivido cuando era un jovencito.
Desde niño hasta mi
adolescencia, fui una persona muy rebelde. No obstante, cuando mi padre empezó
a pasar más tiempo conmigo, experimenté una impresionante transformación.
Mi padre se iba a
trabajar al medio día y regresaba por la noche muy tarde. Cuando yo me
levantaba él estaba durmiendo, y cuando yo llegaba del colegio, él ya se había
ido a trabajar. Casi nunca lo veía, a excepción de unas pocas horas los fines
de semana.
En aquellos años me
metí en muchos problemas. Robaba dinero para mis caprichos y en el colegio me
iba muy mal. A los catorce años me
detuvieron por robar en un comercio y me enviaron a un correccional. La primera
reacción de mi padre fue de enfado, pero después se dio cuenta de que la culpa
había sido suya por no haber desempeñado mejor su papel de padre.
Cambió de trabajo
para poder pasar más tiempo conmigo, de manera que cuando llegaba del colegio,
él ya estaba en casa. Pasábamos muchos tiempos juntos, empezó a interesarse por
mi rendimiento escolar, a ayudarme con mis tareas y en lugar de irse a pasar el
tiempo en algún sucio salón de billar con sus amigos, me llevaba a un centro
recreativo donde practicábamos varios tipos de deportes.
Mi vida cambió
gracias a que mi padre me expresó su amor y comprensión. En el colegio mis
notas mejoraron tanto que llegué a estar en el cuadro de honor. Hice nuevos
amigos, chicos estudiosos y respetuosos que no se metían en líos.
Ahora me doy cuenta
que aunque exteriormente me mostraba duro, interiormente necesitaba y anhelaba
amor, atención y compañía. La clave, fue el amor que mi padre supo expresarme,
pasando tiempo conmigo.
Todos los niños
necesitan un padre o al menos una figura paternal de alguien que les transmite
admiración, cariño, ternura, valor, alguien que tiene fe en ellos, que disfruta
de su compañía y que tienes ganas de estar con ellos. En realidad todos
necesitamos ser comprendidos, tener a alguien que se pongan en nuestro lugar,
que se interese por nosotros cuando nos sentimos decepcionados, que nos sostenga
cuando perdemos la esperanza y que esté a nuestro lado para celebrar las
alegrías y los logros alcanzados.
¿Reciben tus hijos
ese amor? Muchas veces quizás no sepas que hacer con ellos, porque todo lo que
digas les entrará por un oído y les sale por el otro. Puedes aconsejarles de
mil maneras y decirles las consecuencias que pueden tener por llevar una vida
desordenada. Puedes decirles todo lo que quieras, que por bueno y acertado que
sea, si tus palabras no están revestidas de amor, paciencia, afecto, ternura y
cariño, de nada servirán.
«Porque no se trata
de decir lo correcto, sino de ser correctos... no se trata de explicar, sino de
vivir... no se trata de enseñar o informar, sino de lo que les transmitimos a través
de nuestras actitudes, reacciones, conducta... que es en definitiva lo que
ellos captan a pesar de nuestras palabras»